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viernes, 17 de enero de 2014

Buscando a Lucía


Escribir como terapia. Eso pensaba Samuel cada vez que se sentaba frente a su portátil. De lo que no se había percatado aún era, que él, de esa manera, había construido su propia trampa. Pasaba el día como cualquier otro hombre que trabajaba para subsistir, la ambición no era precisamente lo que le caracterizaba. Para él, lo más importante siempre había sido sentirse libre de movimiento y desde hacía algún tiempo y por dolorosas experiencias, libre de compromisos. Sin embargo, esto último había empezado a convertirse en una obsesión, pero no en una cualquiera; una obsesión de búsqueda narrada por él mismo cada vez que se auto aplicaba su terapia.

Cuando comenzó a escribir lo hizo para volcar sobre un lienzo en blanco todo aquello que no se atrevía a decir oralmente a nadie. A pesar de parecer un hombre muy extrovertido, guardaba para si mismo una gran cantidad de recuerdos y reflexiones de las que no hablaba para no parecer vulnerable. En poco tiempo, se dio cuenta que a sus letras le hacían falta el brillo de una figura femenina, era también una manera de describir lo que tanto había deseado encontrar en las diferentes relaciones que había vivido, muchas de ellas, con tristes recuerdos. Sin darse cuenta, fue creando una mujer idealizada que pronto pasó a formar parte de su día a día. La llamó Lucía.

Dedicaba mucho de su tiempo libre para escribirle a Lucía, sin embargo. Esto no le hacía aislarse del resto de su entorno. Compartía muchos amenos momentos con amigos y amigas de toda la vida y algunos otros que se habían incorporado al grupo en los últimos tiempos. Era un grupo muy variopinto donde se hablaba de todo o se discutía por diferencias que nunca pasaban de una amena tertulia. Samuel, tenía entre ellos la fama de ser un poco snob y bromeaban mucho sobre sus continuas relaciones que no duraban más que algunos encuentros. Lo que no sabían sus amigos era que él, en esas relaciones, iba buscando a la Lucía que él mismo había creado. En algunas, le parecía ver los ojos de misterio que había pintado, en otras, la sonrisa que le cautivaba pero, después de intimar con ellas, se daba cuenta que no eran su Lucia.

Muchas veces sentía la frustración que da el fracaso, aún sabiendo, que lo que perseguía no era más que un fantasma creado por su interna soledad pero, todos los días, después de llegar a casa y descansar un rato, volvía a escribirle a su amada. Lucía tenía para él un poco de cada mujer que había marcado su vida. Todas ellas seguían siendo sus recuerdos, unos tristes y sangrantes y otros llenos de dulzura y nostalgia. Realmente, nunca le dio un aspecto físico al personaje, solo describía unos ojos brillantes y llenos de alegría o una boca sensual y carnosa, siempre sonriente. Pero, si tenía una descripción para lo que necesitaba de ella con urgencia, un sentimiento que llenara su vida de forma tal que nunca pudiera renunciar a él. Su estado de ánimo muchas veces lo reflejaba su mirada, algo triste y vacía. Sentía la necesidad de contarle a alguien lo que le sucedía pero, temía que confundieran su estado emocional y que su fama de bohemio creciera todavía más. Saltando de un pensamiento a otro se acordó de su amiga Mireya. Era una de las últimas chicas que se había incorporado al grupo y a él le parecía, no solo muy guapa sino, muy sensata. A pesar de que hablaba poco pero, siempre le parecían acertados sus comentarios, eso si, era una chica muy romántica y bastante soñadora. Mireya sonreía mucho y eso le gustaba. En alguna ocasión, la sorprendió mirándolo atentamente y al verse descubierta se sonrojaba y disimilaba rápidamente desviando la mirada.

Se preguntó si podría contarle a Mireya su situación, le parecía que entre todas, ella podría entenderle y darle su punto de vista. Al menos, tendría a alguien con quien hablar sobre Lucía. Así lo hizo, se encontró con su amiga para tomar un café y después de darle muchas vueltas al asunto sin saber cómo comenzar, le contó todo desde el principio. Ella le miraba atentamente y de vez en cuando sonría, lo que le daba a él más seguridad para seguir matizando sobre su historia. Una vez que Samuel creyó haberlo contado todo, calló y esperó la opinión de Mireya. Ella se inclinó sobre la mesa y le tomó las manos, le miró sonriendo y solo le dijo “Has buscado a tu Lucia con los ojos en vez de buscarla con el alma” Por la mente de Samuel desfilaron todas las chicas con las que había estado en ese tiempo y de pronto se detuvo a mirar a la mujer que tenía frente a él. Fue entonces, cuando se dio cuenta que la mirada brillante y la sonrisa de aquella mujer había sido la que le había inspirado para crear a su Lucía.



"Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos". 
Fernando Pessoa


                                

1 comentario:

  1. Precioso Nerea... me quedo con el café de media tarde con sabor a Lucía, mi Lucía, de labios carnosos y brillo en los ojos, un besazo.

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