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lunes, 23 de febrero de 2015

Descanso divino


Desde los bordes del universo una bruma negruzca empezó a manar hacia el interior, aniquilando todo lo que alguna vez ha existido. La sombra avanzaba rápidamente, cubriendo todos los cuerpos celestes como si fuera un manto interminable. Las tinieblas devoraron la primera galaxia, los planetas y las estrellas se perdían en las fauces de aquella penumbra infinita. Las nebulosas alcanzadas por la oscuridad explosionaron, lanzando sus elementos al gélido vacío, difuminándose en la profundidad del cosmos. Los soles sobrevivientes deambulaban perdidos por el espacio sombrío, atenuando su intensidad hasta extinguirse por completo y morir.

 La realidad desaparecía lentamente.
La negrura, en su trayecto de destrucción se topó con a la Vía Láctea, sofocándola y engulléndola. Hasta que llegó a un insignificante sistema solar. 
En un pequeño planeta azul el cielo se apagó. Mientras sus habitantes corrían aterrorizados y se refugiaban en sus hogares con sus familias humanas.
El Juicio Final por fin había llegado.
Las calles eran maniáticos ríos de gente que intentaban escapar de un desenlace inevitable. El fuego en los hogares era la única sensación cálida en esos momentos. El oxígeno en las ciudades fue remplazado por agonía.
Un segundo después no había más que silencio. La sombra los tragó alojándolos en sus entrañas. Posteriormente, la niebla avanzó imperturbable. 
Al llegar al centro, todo rastro de vida existente había desaparecido del universo moribundo, dejando tras de sí una oscuridad perpetua. De pronto, una luz incontenible entró por dos rendijas gigantes que emergían y agrietaban la cúpula universal alumbrando el espacio vacío. Eran los ojos del Creador que se abrían.
Dios había despertado de un sueño muy extraño.

                                                            Autor: Xavier Loeza (@XavierLoeza)

"Lo universal es el caos. El mundo (el escenario que representa este planeta) es por lo tanto algo monstruoso, un acertijo de infortunios que deben ser aceptados, pero por los cuales uno nunca debe capitular". 
Friedrich Dürrenmatt









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