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lunes, 21 de marzo de 2016

Erato #DíaMundialDeLaPoesía


A veces, el  frío nos congela desde dentro. Es el alma que va entrando en un estado gélido que no sabemos cómo controlar. Eso pensaba mientras caminaba por la calle casi desértica a esa hora. Se había acostumbrado a consumir hasta el último minuto en su rincón de siempre, en aquel bar del barrio. Con la solapa de la chaqueta levantada y paso lento se dirigía al portal de su edificio, no tenía prisa, la noche todavía sería muy larga. Al llegar al portal, se arrimó a uno de los muros, sacó un cigarrillo y comenzó a inhalarlo lentamente, con la mirada en el suelo y la mente casi en blanco. Instintivamente metió una mano en el bolsillo y palpó buscando algo. Suspiró al saberlo vacío, pero dejó la mano allí, cómo si esperara que de un momento a otro apareciera lo que buscaba. 
Hace algún tiempo, en ese bolsillo encontraba trozos de papel con  pequeñas notas, o palabras que en un momento dado le venían a la mente, o que le gustaban especialmente. Las iba anotando, porque estaba seguro que la inspiración le llegaba de forma natural, sin ningún motivo aparente y sin importar el lugar. El sonido de una palabra, el cruce de una mirada, una risa cantarina que llegaba a sus oídos o alguna lágrima derramada ante él, podía ser verso en sus poemas. La inspiración le acompañaba y disfrutaba cada segundo que esta le brindaba. Eran momentos mágicos en los que el tiempo se le iba sin notarlo, porque la poesía no tiene que ver con el tiempo, sino con los latidos. Ahora recordaba esos instantes con añoranza, con la necesidad de recuperarlos, de poder invertir las sensaciones y comenzar a sentir el calor desde dentro, desde el alma.  
Las noches con sus madrugadas eran todas igual. Muchas veces no recordaba el día que despedía y el que estaba por llegar. El insomnio sustituyó a la inspiración casi sin darse cuenta e intentaba que aquella vigilia lo acercara a lo que había tenido antes, pero sentía que por el contrario, se alejaba cada vez más. Esa noche, ya acercándose el alba y por fin entrando en un duermevela,  vio ante él a un grupo de nueve bellas jóvenes que giraban en un baile lento y sensual.  Ellas no le miraban,  parecía que ignoraban su presencia. Estiró su brazo y abrió la mano llamándolas, pero su gesto no tenía respuesta. Entendió que eran las musas que seguían allí, pero que él era invisible para ellas. 
Un velo se deslizó por su cara y sintió el tacto y un aroma dulce que le embriagó. La joven frente a él, parecía una imagen etérea que flotaba liviana mientras hacía volar sus velos. Lo miró con dulzura y sus labios dibujaron una hermosa sonrisa.
        - Soy Erato. Le dijo ella.  
Un temblor recorrió todo su cuerpo cuando oyó su voz, sin detenerse a comprender el significado de aquel nombre.  - Nunca me he ido, tan sólo me alejé de ti para que entendieras y necesitaras mi compañía.
La musa se acercó más y el poeta pudo rozar aquellas tibias mejillas. Ella se dejó acariciar, quería que la sintiera.
- Yo soy la poesía, la música que nace del calor de tu alma. Le dijo ella colocando su mano en el pecho del poeta.
- Mi alma está fría. Le contestó él bajando la mirada.
- ¿Es que no has amado alguna vez? Cuando se ama, el alma nunca está gélida. La poesía tiene que sentirse amada para emocionar. Yo tengo que brotar de ti,  con lágrimas o alegría, con dolor o con placer. Mi belleza son los sentimientos que se hacen palabra, los del poeta y los de aquellos que los sienten como suyos. Ámame, pero sobre todo, siénteme y yo seré tu alma. El alma del poeta está en todo aquello que le emociona. 
La silueta se fue desdibujando y la voz apagándose. El poeta vio cómo su mano intentaba alcanzarla, pero la musa se alejaba dejándole una sonrisa llena de ternura. Él lo volvió a intentar de nuevo y en ese momento despertó sudando y temblando, sin entender si aquello había sido un sueño o un espejismo producto de su insomnio. Sintió la necesidad de escribir, estaba lleno de maravillosas sensaciones. Erato estaba dentro de él, sentía cómo la poesía despertaba de su letargo y se manifestaba con toda su belleza. Quería escribirle a su alma, su alma de poeta.




"No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: 
podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía" 
  Gustavo Adolfo Béquer






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