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jueves, 7 de julio de 2016

Me llamo James Osorio, Capullo

 
 
 Ruido de barrotes…empieza otro día…

Me hago una bola en mi cama de piedra (o de mierda, que es lo mismo) mientras la realidad se mezcla con mis sueños creando una simbiosis realmente irreal, pero dulce como ella sola, que me sumerge en una utopía de felicidad pura, amén de proporcionarme un subidón mañanero muy pero que muy gozoso. Lo aguanto. Trato de que ese trozo de paraíso mental se me quede clavado en el cerebro para poder ser por siempre feliz, pero es imposible. Los ruidos chirriantes y horribles de siempre me sacan de mi ensueño hecho de cabello genital de ángel para traerme de vuelta a la cruda realidad de estar viviendo en el ano infectado del mismísimo demonio. En un desesperado intento de volver a mi Edén, hago todo lo posible para volver a evadirme, como un palurdo que intenta, sin lograrlo, que mediante el “dubi-dubi” se le vuelva a poner tan dura como la cara del rey. Pero esa es una tarea hercúlea donde las haya así que desisto enseguida.    
 Me levanto de un salto procurando mentalizarme para lo que me espera, pero el frío y el malestar me golpean de tal forma que caigo rendido de rodillas. Derrotado antes de empezar a luchar, menuda miseria la mía. Un día de estos no tendré fuerzas ni para mover este ataúd errante lleno de desperdicios al que llamo cuerpo, acabándose así mi desafortunada odisea psicotrópica por los oscuros arrabales de la existencia. Me cago en la puta… Últimamente no puedo evitar ponerme ñoño y sentimental, he debido de coger algún virus maléfico de mierda. Consigo incorporarme de milagro, apoyado en la pared de mi mugrienta celda, y cierro los ojos con fuerza para poder detener el enorme caudal de dolor y paranoia que revienta mi organismo, pero solo consigo morir un poco más con cada respirar, con cada bocanada de aliento perdido en manos de mi puta desgracia. Casi no puedo ni con mi alma. Necesito un tiro en la sien para sentirme bien.

Me entretengo un rato en mi mundo, pensando sobre las degeneraciones más sórdidas posibles, hasta que me doy cuenta de que me están observando. Abro los ojos con mucha “parsamonia”, porqué sé lo que me espera. Un garrulo, tan grande como descerebrado, me mira a través de unos “birojos” ojos, negros como su propia alma, de la misma manera que un paleto sureño mira a sus ovejas encerradas, con la superioridad que le da el saber que tarde o temprano te acabará dando por el culo. Literalmente. O literanalmente. Da lo mismo, la cosa es que estoy bien jodido. Daría lo que fuera por no tener que ver a estos engendros retrasados nunca más. Joder, ya te digo. Me rebanaría el escroto al cero de la misma. ¿Dónde ostias hay que firmar? Lo que sea con tal de no sufrir más humillaciones, vejaciones y palizas de estos malnacidos. Pero no nos engañemos. La única salida es el suicidio, y no pienso regalarles ese placer.  
Una voz de castrati gangoso y ceceante me expulsa de mi ensoñación. Hay que joderse, ya empezamos con el numerito. Se dirigen a mí con un conjunto de cifras sin sentido, que no representa para nada mi persona. Me llamo James Osorio, capullo, y no soy ese cúmulo de mierda mohosa que tienes ante tu puto hocico de perro sabueso. O no lo era, por lo menos. Era el puto loco de la colina que sembraba el caos entre el condado de los folla cabras sidosos y el señorío de los yonkis sin cerebro ni genitales. Que recuerdos… Era tan feliz antes de que me metieran en este zulo dejado de la mano de dios. Me cago en el todopoderoso, ya me podían haber dado la puta pena de muerte, coño, que en este país es legal todavía. Así al menos ya estaría en el infierno, que no es peor que esto y que, además, me pertenece. 
Hago todo lo que me piden, como siempre: ponte aquí, vete pallá, no me toques los cojones, todos en fila, chúpame las pelotas… Lo típico. La misma bazofia horrible e insufrible día tras día. ¿Qué coño habré hecho para merecerme esto? Es una pregunta retórica, obviamente, ya que sé muy bien lo que hice. En un momento de angustia y desequilibrio mental obsequié con paz y tranquilidad espiritual a una familia infeliz y caída en desgracia, presa de un sistema inhumano que consume las almas de la gente hasta convertirlas en zombis con cerebro y cartera pero sin solución, proporcionándoles una salida digna de su espeluznante horror cotidiano. Que es lo mismo que decir que se me fue la pinza al masacrar a una familia normal y corriente a lo bestia y solo porque me dio la gana. La gente se echó las manos a la cabeza como si yo fuera un loco, un peligro público que hubiera que encerrar. Puta hipocresía. Yo al menos no estoy obligando a niños extranjeros a morir de hambre o por enfermedades fácilmente curables, ni les estoy matando a trabajar como si fueran sucias ratas amarillas de cloaca. Tampoco estoy apoyando el exterminio de un pueblo inocente solo por lamerle el ano incrustado en diamantes a mi dueño, sea quien sea y haya sufrido lo que haya sufrido. Todos en la sala gritaban pobres niños, pobre familia, pobre su puta madre… dejando claro que no son más que basura. ¿Y los niños de África? ¿Y las niñas de China? ¿Y todas las familias que se mueren por culpa de las guerras absurdas creadas por esa nación a la que tanto amáis? ¿Por qué os la suda tanto? ¿Cuál es la diferencia? Que no son VUESTROS hijos. Hijos blancos conformistas, tremendamente pijos, con más gomina que neuronas y con millones de billetes miserables ensuciados con la mierda de elefante o gaviota o cualquier animal políticamente simbólico. Dais asco. Mi forma de ser, aunque demente, es más decente y consecuente que la vuestra. Lo admito, a mí me la chupan los niños que se mueren por el mundo, pero también me la pela la familia esa que reventé. De hecho, no me importa otra cosa que mi propia supervivencia. Todo lo demás se puede ir al carajo. 


 Ha llegado el momento de ponerse a currar, una de las pocas cosas de aquí que se me presentan soportables. Una de las razones es que me reducen la condena si lo hago, aunque creo que no me servirá de mucho si comparamos los años que me quedan de presidio con los que me quedan de vida. Pero me da igual. Es lo mejor que me ha pasado desde que me arrastraron a esta fortaleza demoníaca llena de odio carroñero y bilis barato de despojos humanos pútridos. Como si de repente me purificara una luz cálida y redentora salida de la entrepierna de un seboso salvador pansexual que ahogara mis maldades de cabronazo con el whisky de oro macizo destilado desde mis heridas más infectadas, bautizándome como un renovado hombre libre… Joder… Tengo que dejar de hacerme tantas pajas mentales (o pajas, a secas), o voy a acabar peor de lo que ya estoy. Me adentro en la cocina donde trabajo, que se asemeja más a un laboratorio de meta que a otra cosa, y me dispongo a efectuar mi labor. Y os preguntaréis: ¿Qué diógenes hará el zurullo mecánico este para que no le pongan una soga al cuello directamente? Pues os advierto de que no soy una especie de David de Jorge yanqui y escuálido, encarcelado por soltar burradas sobre penetraciones anales en horario infantil, si es lo que pensáis. No tengo estudios, ni experiencia, ni el mínimo de sentido común necesario para poder elaborar mejunjes que no salgan disparados por el ano cual colosal bola de fuego solo por el simple hecho de saborearlos. Aunque también cabe la posibilidad que sea exactamente esa la razón por la que esté donde estoy. Para que cada vez que esos bastardos prueben un bocado les parezca estar degustando pura mierda homínida de primera y adecuadamente adulterada. Porque si no, no sé qué puede ser. Lo único que puedo decir a mi favor es que le pongo pasión a lo que hago. Sí… una pasión enorme. Tan grande que se pasa de enfermizo. Me gusta desmembrar, cortar, despellejar, machacar, picar, rellenar (ouh sí), triturar, flamear, deshuesar… y la lista sigue. Lo que para la gente “normal” es comida para mí solo son víctimas. Dulces y comestibles fiambres asesinados con mis propias manos y convertidos en majar, y a la vez, en crimen. Ese es mi secreto para ser un hacha en la cocina. Mucho amor. Además yo no le hago ascos a nada, experimento con lo que sea. No soy de esos veganos o vegetarianos que no comen carne ni nada que venga de un animal. No saben el placer que da comer cosas con alma. Adoro las carnes sobre todo porque sé que para que yo me lo pueda comer algún bicho tiene que morir. Es una balanza deliciosamente maligna. Pero yo no me quedo ahí, por supuesto. Me encantan las frutas y verduras también porque sueltan una cantidad bastante considerable de sangre inmaculada y virgen. Y no me digas que no es sangre de verdad porque no me interesa saberlo. No obstante, hay una cosa que me mosquea mucho. Domináis, cebáis y matáis a casi todas las especies habidas y por haber en este jodido planeta, pero cuando os hablan de canibalismo decís que es inmoral, inhumano, indecente, bla, bla, bla… ¡Si es lo mismo! Seguro que nos perdemos infinidad de delicias solo por la puta estupidez humana. No voy a sugerir que deberíamos inventar ganaderías para humanos (dejo ese trabajo para otro iluminado), pero, joder, con la de gente que se está muriendo por ahí, pues no sé, digo yo que podríamos hacer algo para que no se desaprovechen tantos cadáveres. Si he de ser sincero, ahora mismo me apetece comerme un gordo. Qué le voy a hacer yo... 

Acabada la jornada, me vuelvo a mi celda para anti socializarme. Odio que la gente me incordie. Si pudiera cargármelos a todos…la fiesta que me echaría. Pero no es posible. En vez de eso, lo que hago es dormir todo el rato. En mis sueños soy yo el rey. No tengo que sufrir la ira de estos cejijuntos palurdos. Se me cierran los ojos ya, la cama me llama. Se está organizando una fiesta-liada-orgía-suicidio entre mis recuerdos, hazañas y fantasías que me atrae irresistiblemente a entrar en coma y no despertar nunca más. ¡Qué más quisiera! Me da que esto va para largo…
Autor: Artza Bastard (ArtzaBastard)

"Las emociones positivas son un regalo de nuestro ancestro los animales, la crueldad es un regalo de nuestra propia humanidad"
Dr. Hannibal Lecter (De la serie "Hannnibal")




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