Clara Campoamor, la mujer que consiguió el voto femenino
El 30 de septiembre de 1931, en
el parlamento de la recién constituida II República, iba a dar comienzo el
debate para la aprobación del artículo 36 de la Constitución que reconocería por primera vez en España el derecho a voto de la mujer. Lo que nadie suponía era que los debates se
alargarían durante tres meses, con duras duras batallas, a favor o en contra de conceder el
voto a la mujer. Las Cortes estaban
formadas por más de 400 diputados de muy variado sesgo político, pero sólo 3 de
esos diputados eran mujeres y sólo una de ellas, la diputada Clara Campoamor
apoyó que hombres y mujeres fuesen iguales ante la ley. El 1 de diciembre de 1931 se celebró por fin
la votación definitiva y el artículo 36 fue
aprobado, por 161 votos a favor y
121 en contra, concediéndose el derecho a voto a todos los ciudadanos, sin distinción de sexo, mayores de 23 años, reconociéndose por primera vez en España el sufragio universal.
Clara Campoamor fue una mujer fuerte, hecha a sí misma, que a pesar de quedar huérfana desde muy joven y arrastrar los problemas económicos familiares, consiguió licenciarse en derecho, convirtiéndose en una de las pocas mujeres abogadas de la época. Y en defensa de sus ideas sobre la igualdad de la mujeres se acercó a la política que la llevó a ser elegida diputada al proclamarse la Segundo República. Y en la defensa del voto femenino ante las Cortes republicanas, se encontró sola, pero eso nunca le hizo desfaceller. Defendió su ideal ante todo los hombres del hemiciclo, ante las mujeres
diputadas, ante su propio partido y ante un enorme sector de la opinión
pública contrario al derecho a voto de la mujer; pero aun así los ganó a todos, y
con ella todas las mujeres.
La opinión mayoritaria en la
España de la época respecto al voto femenino puede resumirse en estas palabras publicadas en el
diario El debate: “Nosotros creemos
que el lugar propio de la mujer, de su condición, de sus deberes, de su misión
en la vida, es el hogar. Y nos parece mal que de él se la arranque, y que en
ella se le despierten o fomenten vocaciones que la atraigan a la calle. Estamos
ciertos de que es desgraciada una sociedad donde la mujer no se contenta con
ser esposa y madre”. Ante esta opinión, junto a Clara Campoamor, hubo otras mujeres que lucharon a favor del derecho a voto de al mujer, como Carmen de Burgos quien en 1921 organizó la primera manifestación para reclamar el voto femenino, Benita Asaas Manterola que entre 1929 y 1932 presidió la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), asociación sufragista y en pro de los derecho de la mujer, y la periodista, pedagoga y abogada Matide Huici. Intelectuales de la época como José Ortega y Gasset, Miguel de Unamono o Ramón Pérez de Ayala, también apoyaron esta causa.
Durante el debate parlamentario
en contra del derecho a voto de la mujer se esgrimieron argumentos filosóficos,
biológicos, culturales, religiosos y educacionales, resaltando la incapacidad
de las mujeres, ridiculizando su persona. Uno de ellos fue el diputado Roberto Novoa Santos, prestigioso orador y reputado médico que
decía que la mujer era biológicamente inferior al varón, incapaz a la
reflexión, falta de sentido crítico y un ser tan voluble, emotivo, sensible y pasional, que no
entendía que alguien pudiese llegar a pensar que la mujer fuera un sujeto
autónomo, capaz de tomar decisiones propias e independientes del varón.
Aunque lo más duro y difícil con
lo que tuvo que lidiar Clara Campoamor
fue la postura en contra del voto femenino de su propio partido, el Partido
Republicano Radical, (PRR), incluso el propio líder del partido, el futuro presidente del gobierno, Alejandro Lerroux García, llegó a darle la espalda. La opinión que tenían sus compañeros de partido respecto al derecho a voto de la mujer la recogen estas palabras publicadas en el periódico "La Libertad": "No somos enemigos de la concesión del voto a la mujer; estimamos que debe concedérsele ese derecho de ciudadanía pero a su tiempo; pasados cinco años, diez, veinte..., los que sean necesarios para la total transformación de la sociedad española; cuando nuestras mujeres se hallen redimidas de la vida de esclavitud a que hoy están sometidas; cuando , libres de prejuicios, de escrúpulos, de supersticiones, de sugestiones, dejen de ser sumisas penitentes temerosas de Dios y de sus representantes en la tierra, y vean independizada su conciencia. La mujer española en general por sus condiciones de vida por su educación, por los limitados horizontes de su apagada existencia, tiene su consuelo en la fe religiosa, su esperanza en la oración, su refugio en la iglesia". Pero especialmente duro fue la oposición de otra mujer, la diputada por el Partido Radical Socialista, Victoria Kent, la primera mujer en colegiarse como abogada, la primera en participar en un consejo de guerra como tal y la primera en ocupar un cargo político, pero a pesar de todo, contraria al sufragio femenino.
Cuando Victoria Kent pidió la
palabra en el Congreso, Clara Campoamor imaginaba lo que iba a decir al haberla visto en conciliábulos con Rafael del Rio, Pedro Rico López o Jerónimo Gomáriz Latorre, miembros del PRR y compañeros de partido de Clara Campoamor. Ésta fue una hábil maniobra ya que era
otra mujer la que representaba el sentir mayoritario de los diputados respecto a no conceder el voto a la mujer. Este hecho daba mayor legitimidad al discurso de rechazar
el voto femenino, y provocó que las bromas y burlas bullesen por el hemiciclo ya que sólo eran dos mujeres y se veían incapaces de ponerse de
acuerdo en este hecho tan crucial. Victoria Kent defendía el voto
femenino, pero éste no era el momento idóneo, ya que la mujer todavía no estaba
preparada, que le faltaba formación, siendo su lema “el voto femenino sí , pero
no todavía”. Entendía que las altas
tasas de analfabetismo femenino, la extrema influencia que tenía la iglesia
sobre las mujeres y su escasa formación política llevaría a la mujer a votar
primero al hombre, segundo a quien dijera el cura y tercero, y en consecuencia, a
la derecha y por ende a la monarquía. No apoyaba el voto femenino porque
creía que de esta manera defendía los intereses de la república, y con ello los de su propio partido, frente a la monarquía y la derecha, anteponiendo sus intereses políticos por encima de la plena
igualdad de sexos.
En este clima hostil, Clara
Campoamor se enfrentó a todos y defendió el sufragio femenino con convicción y
elocuencia, entendiendo que el voto
femenino era un asunto con suficiente peso como para no quedar supeditado a
intereses políticos y fue su brillante
oratoria y sus sólidos argumentos los que hicieron que las Cortes se inclinaran a favor del para la mujer. Y así se expresó Clara Campoamor ante la Cámara durante los largos debates parlamentarios:
“Señorías [...] no cometáis un
error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al
margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza
joven; [...] que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos y que está
anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt, de que la única manera
de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es
caminar dentro de ella.Cada uno habla en virtud de una
experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la
provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino
por cariño y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía
una concurrencia femenina muy superior a la masculina y he visto en los ojos de
esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la
República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales.
Señores, como ha dicho hace mucho
tiempo Stuart Mill, la desgracia de la mujer es que no ha sido juzgada nunca
por normas propias, tiene que ser siempre juzgada por normas varoniles [...].
Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y para juzgarla;
respetad su derecho como ser humano.
La definición de feminista con la
que el vulgo pretende malévolamente indicar algo extravagante indica la realización
plena de la mujer en todas sus posibilidades, por lo que debiera llamarse
humanismo.
Es un problema de pura ética
reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, sólo aquel que no
considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos
del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el
hombre.”
Se está haciendo una Constitución
de tipo democrático, por un pueblo que tiene escrito como lema principal, [...]
el respeto profundo a los principios democráticos. Yo no sé, ni puedo, ni debo,
ni quiero, explanar que no es posible sentar el principio de que se han de
conceder los derechos si han de ser conformes con lo que nosotros deseamos, y
previendo la contingencia de que pudiese no ser así, revocarlos el día de
mañana. Eso no es democrático.
El 1 de diciembre de 1931 tuvo lugar la votación definitiva quedando confirmado en la Constitución la igualdad ante la ley, la
igualdad de derechos electorales y la posibilidad de ser elegibles todos los
ciudadanos y ciudadanas. El sufragio universal era ya un hecho. El principio de
igualdad había triunfado. A pesar de su triunfo, de la
admiración que suscitaba y de los continuos elogios, Clara Campoamor, acabó por
convertirse en blanco del encono de sus correligionarios que la aislaron en la
cámara. Pero ella siguió luchando por lo que creía, defendiendo la igualdad
legal de los hijos habidos dentro y fuera del matrimonio o apoyando la ley de
divorcio.
En 1933 hubo las primeras elecciones donde la mujer pudo votar, estas elecciones fueron ganadas por la derecha. Este triunfo no puede atribuirse al voto femenino, tal y como pronosticaba Victoria Kent, sino más bien a una profunda división de los partido de izquiera, a una ausencia de un programa definido y el desgaste propio del poder. Sea lo que fuera tanto Clara Campoamor como Victoria Kent no fueron reelegidas diputadas. El viraje hacia la derecha de su partido político hizo que Clara Campoamor abandonara el PRR, su intento infructuoso de acomodarse en otras formaciones políticas para seguir defendiendo sus ideales hizo que se desencantara de la política. Y con el estallido de la Guerra Civil, se vio
obligada a huir de España. Vivió en Francia y en Argentina donde publicó varios libros, además de ser conferenciante y traductora. En 1955 se instaló definitivamente en Suiza donde ejerció la abogacía. Intentó regresar a España en dos ocasiones pero los procesos judiciales abiertos contra su persona le hicieron imposible. Pese a sus anhelos de volver jamás lo consiguió la no renunciar a sus ideales,
muriendo Lausana, Suiza, el 30 de abril
de 1972.
Desde que nuestra protagonista
decidió luchar por la igualdad de las mujeres ante la cámara, se encontró sola
pero eso no le hizo desfallecer, tenía muy claro que lo que defendía estaba por
encima de intereses personales y de circunstancias efímeras, conocía lo que
había al final del camino: sabía que estaba sacrificándose por los derechos
humanos. Y es más, demostró con su esfuerzo, su tesón y su valentía que es
posible desde la acción individual de las personas como simples ciudadanos la
modificación de las estructuras sociales.
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